Poemas en Francés





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Poemas en Francés es un blog que pretende acercar poemas de lengua francesa al castellano
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-La palabra mágica-

"Es imposible traducir la poesía. ¿Acaso se puede traducir la música?"

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"La traducción destroza el espíritu del idioma"

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Arthur Rimbaud -Enfance-
mercredi, septembre 08, 2004
Enfance
Arthur Rimbaud (1854-1891)

I
Cette idole, yeux noirs et crin jaune, sans parents ni cour, plus noble que la fable, mexicaine et flamande ; son domaine, azur et verdure insolents, court sur des plages nommées, par des vagues sans vaisseaux, de noms férocement grecs, slaves, celtiques.
À la lisière de la forêt — les fleurs de rêve tintent, éclatent, éclairent, — la fille à lèvre d'orange, les genoux croisés dans le clair déluge qui sourd des prés, nudité qu'ombrent, traversent et habillent les arcs-en-ciel, la flore, la mer.
Dames qui tournoient sur les terrasses voisines de la mer ; enfantes et géantes, superbes noires dans la mousse vert-de-gris, bijoux debout sur le sol gras des bosquets et des jardinets dégelés — jeunes mères et grandes sœurs aux regards pleins de pèlerinages, sultanes, princesses de démarche et de costume tyranniques, petites étrangères et personnes doucement malheureuses.
Quel ennui, l'heure du "cher corps" et "cher cœur".

II
C'est elle, la petite morte, derrière les rosiers. — La jeune maman trépassée descend le perron. — La calèche du cousin crie sur le sable. — Le petit frère — (il est aux Indes !) là, devant le couchant, sur le pré d'œillets. — Les vieux qu'on a enterrés tout droits dans le rempart aux giroflées.
L'essaim des feuilles d'or entoure la maison du général. Ils sont dans le midi. — On suit la route rouge pour arriver à l'auberge vide. Le château est à vendre ; les persiennes sont détachées. — Le curé aura emporté la clef de l'église. — Autour du parc, les loges des gardes sont inhabitées. Les palissades sont si hautes qu'on ne voit que les cimes bruissantes. D'ailleurs il n'y a rien à voir là-dedans.
Les prés remontent aux hameaux sans coqs, sans enclumes. L'écluse est levée. Ô les calvaires et les moulins du désert, les îles et les meules.
Des fleurs magiques bourdonnaient. Les talus le berçaient. Des bêtes d'une élégance fabuleuse circulaient. Les nuées s'amassaient sur la haute mer faite d'une éternité de chaudes larmes.

III
Au bois il y a un oiseau, son chant vous arrête et vous fait rougir.
Il y a une horloge qui ne sonne pas.
Il y a une fondrière avec un nid de bêtes blanches.
Il y a une cathédrale qui descend et un lac qui monte.
Il y a une petite voiture abandonnée dans le taillis, ou qui descend le sentier en courant, enrubannée.
Il y a une troupe de petits comédiens en costumes, aperçus sur la route à travers la lisière du bois.
Il y a enfin, quand l'on a faim et soif, quelqu'un qui vous chasse.

IV
Je suis le saint, en prière sur la terrasse, — comme les bêtes pacifiques paissent jusqu'à la mer de Palestine.
Je suis le savant au fauteuil sombre. Les branches et la pluie se jettent à la croisée de la bibliothèque.
Je suis le piéton de la grand'route par les bois nains ; la rumeur des écluses couvre mes pas. Je vois longtemps la mélancolique lessive d'or du couchant.
Je serais bien l'enfant abandonné sur la jetée partie à la haute mer, le petit valet, suivant l'allée dont le front touche le ciel.
Les sentiers sont âpres. Les monticules se couvrent de genêts. L'air est immobile. Que les oiseaux et les sources sont loin ! Ce ne peut être que la fin du monde, en avançant.

V
Qu'on me loue enfin ce tombeau, blanchi à la chaux avec les lignes du ciment en relief — très loin sous terre.
Je m'accoude à la table, la lampe éclaire très vivement ces journaux que je suis idiot de relire, ces livres sans intérêt.
À une distance énorme au-dessus de mon salon souterrain, les maisons s'implantent, les brumes s'assemblent. La boue est rouge ou noire. Ville monstrueuse, nuit sans fin !
Moins haut, sont des égouts. Aux côtés, rien que l'épaisseur du globe. Peut-être les gouffres d'azur, des puits de feu. C'est peut-être sur ces plans que se rencontrent lunes et comètes, mers et fables.
Aux heures d'amertume je m'imagine des boules de saphir, de métal. Je suis maître du silence. Pourquoi une apparence de soupirail blêmirait-elle au coin de la voûte ?


Infancia

I.
Este ídolo, de ojos negros y crin amarilla, sin parientes ni corte, más noble que la fábula, mexicano y flamenco; su dominio, azur y verdor insolentes, corre sobre las playas nombradas, por las olas sin naves, de nombres ferozmente griegos, eslavos, celtas.
En el borde del bosque -las flores de ensueño tintinean, estallan, resplandecen,- la niña de labios naranjas, las rodillas cruzadas en el claro diluvio que nutre los campos, desnudez que ensombrecen, atraviesan y visten los arco-iris, la flora, el mar.
Damas que dan vueltas sobre las terrazas vecinas del mar, infantes y gigantes, negras soberbias en el musgo verde-gris, joyas paradas sobre el suelo graso de los bosquecitos y los jardines descongelados, -madres jóvenes y hermanas mayores con miradas llenas de peregrinaciones, sultanas, princesas de andares y de trajes de tiranas, pequeñas extranjeras y personas ligeramente malhumoradas.
Qué aburrido, la hora del "querido cuerpo" y el "querido corazón".

II.
Es ella, la pequeña muerta, atrás de los rosales. -La joven mamá difunta baja por la escalinata.- El carruaje del primo chilla sobre la arena. -El hermano menor (¡está en las Indias!) ahí, delante del crepúsculo, sobre los campos de claveles. -Los viejos que enterramos todos tiesos en el muro de los alelíes.
El enjambre de hojas de oro rodea la casa del general. Ellos se han ido al sur. –Hay que seguir la ruta roja para llegar al albergue vacío. El castillo está en venta; las persianas están desprendidas. –El cura se habrá llevado la llave de la iglesia. –Alrededor del parque, los puestos de los guardias están deshabitados. Los cercos son tan altos que no se puede ver más que las cimas rumorosas. De todas formas, no hay nada para ver ahí adentro.
Los campos suben hacia los pueblos sin gallos, sin yunques. Las esclusas están levantadas. ¡Ay, los Calvarios y los molinos del desierto, las islas y las piedras del molino!
Flores mágicas zumbaban. Los taludes lo arropaban. Bestias de una elegancia fabulosa andaban por ahí. Los nubarrones se amontonaban sobre el mar profundo que era de una eternidad de lágrimas calientes.

III.
En el bosque hay un pájaro, su canto te detiene y te hace enrojecer.
Hay un reloj que no suena.
Hay una zanja con un nido de bestias blancas.
Hay una catedral que baja y un lago que sube.
Hay un pequeño coche abandonado entre los árboles o que baja el sendero corriendo, lleno de cintas.
Hay un grupo de pequeños comediantes disfrazados, que se ven sobre la ruta a través del costado del bosque.
Hay, en fin, cuando se tiene hambre y sed, alguien que te caza.

IV.
Yo soy el santo, rezando sobre la terraza, -como las bestias pacíficas que pacen hasta el mar de Palestina.
Yo soy el sabio en el sillón sombrío. Las ramas y la lluvia se agitan en la ventana de la biblioteca.
Yo soy el peatón de la avenida entre los bosques enanos; el rumor de las esclusas cubre mis pasos. Miro un tiempo largo la melancólica lejía de oro del crepúsculo.
Yo sería con gusto el niño abandonado sobre el muelle que partió a alta mar, el pequeño criado que sigue la alameda y su frente toca el cielo.
Los caminos son ásperos. Las colinas se cubren de retamas. El aire está inmóvil. ¡Qué lejos están los pájaros, los manantiales! Esto no puede ser otra cosa que el fin del mundo, avanzando.

V.
Que alguien me alquile por fin esta tumba, blanca por la cal con las líneas de cemento en relieve – bien lejos bajo tierra.
Me apoyo con los codos sobre la mesa, la lámpara ilumina muy vivamente estos diarios que yo como un idiota releo, estos libros sin interés.
A una distancia enorme por encima de mi salón subterráneo, las casas se implantan, las brumas se reúnen. El barro es rojo o negro. ¡Ciudad monstruosa, noche sin fin!
A menor altura, están las cloacas. A los costados, nada más que la densidad del globo. Quizás los abismos de azur, pozos de fuego. Es quizás sobre esos llanos que se reencuentran lunas y cometas, mares y fábulas.
En las horas de amargura yo me imagino bolas de zafiro, de metal. Soy el amo del silencio. ¿Por qué una apariencia de tragaluz se apagaría en el rincón de la bóveda?

Versión de Victoria L. Martí

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posted by Alfil @ 4:10 AM  
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