Paul Verlaine -Mille et tre- |
dimanche, mai 16, 2004 |
Mille et tre Paul Verlaine (1844-1896)
Mes amants n'appartiennent pas aux classes riches : Ce sont des ouvriers faubouriens ou ruraux, Leurs quinze, leurs vingt ans sans apprêts sont mal chiches De force assez brutale et de procédés gros.
Je les goûte en habits de travail, cotte et veste ; Cuisses, âmes, mains, tout mon être pêle-mêle, Mémoire, pieds, coeur, dos et l'oreille et le nez Et la fressure, tout, gueule une ritournelle,
Et trépigne un chahut dans leurs bras forcenés. Un chahut, une ritournelle, fol et folle, Et plutôt divins qu'infernals, plus infernals Que divins, à m'y perdre, et j'y nage et j'y vole,
Dans leur sueur et leur haleine, dans ces bals Mes deux Charles: l'un, jeune tigre aux yeux de chatte, Sorte d'enfant de choeur grandissant en soudard ; L'autre, fier gaillard, bel effronté que n'épate
Que ma pente vertigineuse vers son dard. Odilon, un gamin, mais monté comme un homme, Ses pieds aiment les miens épris de ses orteils Mieux encor, mais pas plus que de son reste en somme
Adorable drûment, mais ses pieds sans pareils ! Caresseurs, satin frais, délicates phalanges Sous les plantes, autour des chevilles et sur La cambrure veineuse et ces baisers étranges
Si doux, de quatre pieds ayant une âme, sûr ! Antoine, encor proverbial quant à la queue, Lui, mon roi triomphal et mon suprême Dieu, Taraudant tout mon coeur de sa prunelle bleue,
Et tout mon cul de son épouvantable épieu ; Paul, un athlète blond aux pectoraux superbes, Poitrine blanche aux durs boutons sucés ainsi Que le bon bout. Francois. souple comme des gerbes :
ses jambes de danseur, et beau, son chibre aussi ! Auguste qui se fait de jour en jour plus mâle (Il était bien joli quand ça nous arriva) ; Jules, un peu putain avec sa beauté pâle ; Henri, miraculeux conscrit qui, las ! s'en va ;
Et vous tous, à la file ou confondus, en bande Ou seuls, vision si nette des jours passés, Passions du présent, futur qui croît et bande, Chéris sans nombre qui n'êtes jamais assez !
Mille et tre
Mis amantes no pertenecen a las clases ricas, son obreros de barrio o peones de campo; nada afectados, sus quince o sus veinte años traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.
Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa. No huelen a rosas, pero florecen de salud pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo de prisa, con juvenil y grave elasticidad.
Sus ojos francos y astutos crepitan de malicia cordial, y frases ingenuamente pícaras, a veces sazonadas de palabrotas, salen de sus bocas dispuestas a los sólidos besos.
Sus sexos vigorosos y sus nalgas joviales regocijan la noche y mi verga y mi culo, a la tenue luz del alba sus cuerpos resucitan mi cansado deseo, jamás vencido.
Muslos, alma, manos, todo mi ser entremezclado, memoria, pies, corazón, espalda y las orejas, y la nariz y las entrañas, todo me aturde y gira: confusa algarabía entre sus brazos apasionados.
Un ritornelo, una algarabía, loco y loca, más bien divino que infernal, más infernal que divino para mi perdición, y allí nado y vuelo en sus sudores y sus alientos como en un baile.
Mis dos Carlos; el uno, joven tigre de ojos de gata, suerte de monaguillo que al crecer se embrutece. El otro, galán recio con cara de enojado, me asusta sólo cuando me precipita hacia su dardo.
Odilón, casi un niño y armado como un hombre, sus pies aman los míos enamorados de sus dedos mucho más, aunque no tanto del resto suyo vivamente adorable... pero sus pies sin parangón,
frescura satinada, tiernas falanges, suavidad acariciadora bajo las plantas, alrededor de los tobillos y sobre la curvatura del empeine venoso, y esos besos extraños y tan dulces: ¡cuatro pies y una sola alma, lo aseguro!
Armando, todavía proverbial por su pija, él solo mi monarca triunfal, mi dios supremo estremeciéndose el corazón con sus claras pupilas y todo mi culo con su pavoroso barreno.
Pablo, un rubio atleta de pectorales poderosos, pecho blanco y duras tetillas tan chupadas como lo de abajo; Francisco, liviano cual gavilla, piernas de bailarín y buen florín también.
Augusto, que se vuelve cada día más macho (era bastante chico cuando empezó lo nuestro), Julio, con su belleza pálida de puta, Enrique que me cae perfecto y que pronto, ¡ay! se incorpora al ejército.
Vosotros todos, en fila o en bandada, o solos, sois la diáfana imagen de mis días pasados, pasiones del presente y futuro en plenitud erguido: incontables amantes ¡nunca sois demasiados!Libellés : Paul Verlaine |
posted by Alfil @ 10:47 AM |
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